Relato de mis dos papás

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Padre en bicicleta con su hijaLos dos han querido ser siempre más, mucho más, hasta acabar solapándose sin competir. Pero esas placas tectónicas del amor filial tiemblan en días como estos, y salen recuentos.

Papá era, de niña, la medida de todas las cosas. Papín el puerto seguro cuando una pelea de amiguitos me ponía cobarde.

Papá dormía conmigo, me peinaba con paciencia y me ponía su música. Papín se acercaba a pasitos, con el nudo de la pañoleta y los dibujos de barcos, con miedo de usurpar lugares.

Papá me animó a bordar, a tejer, a diseñar casas, a escribir cuentos y a prensar flores. Papín me enseñó a colar café y me elogió la primera taza.

Recuerdo a uno cargándome en los trenes y negociando con choferes para cruzar cuatro provincias. Recuerdo al otro bromeando en la enfermería del hospital para quitarme el susto por la aguja. Uno en la tesis, el otro en la graduación. Con Papá en el cumpleaños de Papín, con Papín en el cumpleaños de Papá. Siempre trocados.

Si puedo esperar lo mejor de la gente, y en eso baso mis actos, es por papá. Si cocino contando con que alguien llegue sin avisar es por Papín. Papá conmigo cuando escribo y cuando aprendo. Papín conmigo cuando hablo de frente. Papá conmigo cuando tengo la cabeza en las nubes. Papín conmigo cuando tengo los pies en la tierra.

A veces creo que no podré ser tanta hija, pero el amor no sobra nunca. Lo aprendí de ellos.