Dialogar y sumar mediante argumentos convincentes a la mayoría de las personas en la solución o alivio de cada pedacito de cada problema es la base del trabajo del gobierno.

Cuando el pasado mes el Consejo de Estado adoptó varios acuerdos, previos a la segunda sesión extraordinaria del Parlamento cubano, una andanada de comentarios adversos completó la nota que publicara el sitio digital Cubadebate.

Aunque las decisiones de entonces se referían, esencialmente, a aspectos metodológicos del trabajo gubernamental, los internautas centraron el fuego en una de las cuestiones que más preocupa al pueblo. Una usuaria que se hace llamar Juana, por ejemplo, ripostaba el contenido de la información planteando que: “Todo eso está muy bien, pero el único acuerdo que necesitamos con urgencia, y que además se cumpla, es resolver el tema de los precios asfixiantes que estamos sufriendo, estamos tratando de resistir, pero hasta cuándo y hasta dónde”.

La anécdota vale para entender que las normativas y leyes que aprueban las estructuras de carácter nacional, y que el país necesita para avanzar en todos los sentidos, suelen provocar reacciones encontradas en los ciudadanos, quienes tienen ante sí el problema inmediato de solventar necesidades perentorias, sobre todo de alimentación, de modo que en el mejor de los casos echan a un lado los cambios que no repercuten directa e inmediatamente en su calidad de vida, eso cuando no los someten a injustas valoraciones.

Y también vale la anécdota para ilustrar que la efectividad del diálogo entre las bases y quienes las dirigen resulta esencial para lograr la necesaria empatía, para que la unidad se traduzca en trabajo creador con y para las mayorías. Porque el empleo de los recursos materiales y humanos tiene que obedecer a las prioridades sociales y hacerse con estricto apego a la eficiencia y la austeridad, y no solo mediante el padrinaje de las empresas en los respectivos Consejos Populares, si se tiene en cuenta que una parte nada despreciable de las estructuras de las organizaciones de masas permanece incompleta y el “bichito” de la participación ha abandonado el hogar de muchas familias avileñas, centradas en criticar al otro, en lugar de aportar a las transformaciones.

Es obvio que los desafíos que en los días que corren asume el Poder Popular en Ciego de Ávila se presentan con la impronta de la urgencia. Enumerar los más significativos, si ese fuera el problema, sería muy fácil, justo cuando el primer domingo del mes en curso tomaron posesión de sus cargos los recién electos gobernador y vicegobernador y fue constituido el Consejo Provincial, estructura que incluye a los intendentes, presidentes y vicepresidentes municipales, los que tienen, como se sabe, la misión de conducir e impulsar el desarrollo económico y social del territorio.

A ello se añade el reajuste que implica la norma que aprobara el Consejo de Estado el 23 de mayo, la cual establece que los diputados realizan, al menos cada tres meses, visitas a los municipios o distritos por donde fueron electos, privilegiando encuentros en los barrios y comunidades en situaciones de vulnerabilidad; sin que esta condición excluya la posibilidad de participar con mayor frecuencia en actividades en estos territorios, entre ellas, recorridos por las localidades, intercambios con vecinos, visitas a centros de trabajo y de estudio y participar en sesiones de las asambleas municipales del Poder Popular.

Si hasta aquí he mencionado estos cambios “de forma” es porque soy de la opinión que, a partir de ellos, se puede avanzar muchísimo más y revertirlos en cambios “de fondo”, tomando como base dialogar y sumar mediante argumentos convincentes a la mayoría de las personas en la solución o alivio de cada pedacito de cada problema.