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    Sueños de gloria en las estancias del alma

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    GloriariDesde junio de 2022, la pequeña empresa privada Gloriari apuesta por un mercado agropecuario de paredes blancas en Ciego de Ávila

    ¡Cuánto sueño de gloria y ventura
    tengo unido a tu sueño feliz!
    José María Heredia

    De haber cargado con sus dos hijos y dejado la finca atrás, nadie le habría reprochado nada. Quedarse viuda en la juventud, con una niña de siete años y un bebé de meses, suponía una dificultad añadida a la de lidiar con tierras, animales de corral, la casa. Gloria Rodríguez Hernández pudo, perfectamente, escoger el camino menos complicado. Pero no lo hizo.

    Para ese entonces, dos generaciones de Pedros Díaz ya habían hecho parir las 2,5 caballerías de suelos ferralíticos rojos de la finca Santa Isabel (en la actualidad, La Gloria), en las inmediaciones de la hoy Empresa Agropecuaria La Cuba. Ella se encargaría de criar y encaminar a otros dos. La vida le dio 86 años bien vividos, que le alcanzaron para fundar la cooperativa Piti Fajardo, forjar una familia unida y ser recordada, todavía, entre los más memoriosos de aquellos rincones.

    Esta, sin embargo, no es la historia de Gloria. O sí. ¿De qué manera uno escapa al influjo de una matrona de esas, que lo mismo enyuntaba un par de bueyes que hacía los frijoles colorados más ricos a la redonda? Es imposible. Y, no obstante, cuando Pedrito dijo que quería estudiar Agronomía, hubo quien, en la familia, puso el grito en el cielo.

    No era lógico. Aquel muchachito tan estudioso, de notas impecables, podía escoger otra profesión, tenía ante sí todas las posibilidades. Fue una batalla al interior de la casa y la abuela Gloria la luchó con él. Los hijos de la tierra raras veces no echan raíces.

    Ahora Pedro Díaz Arzola rememora esos días y se emociona. Un velo húmedo y salado le anega la mirada y respira profundo, para que no se quiebre la voz. La abuela ya no está y él solo lamenta que no le diera tiempo enseñarle su sueño hecho realidad. Es decir, uno de los sueños.

    Otros sí los vio, los acunó, los gozó. Porque no todos los nietos cursan la carrera de Agronomía con un índice académico de más de cinco puntos y Título de Oro; ni resultan el graduado más integral de toda la facultad en Docencia, siendo, al mismo tiempo, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria en su sede y heredero de una finca que, si no dejó de producir cuando su padre quedó huérfano siendo un niño de teta, no lo haría ahora, porque él estaba ahí para eso.

    La mitad de los conocimientos para entender el lenguaje ancestral de la tierra se lo dio a Pedro la Universidad y un claustro prestigioso y consolidado, el primero de esa casa de altos estudios, que ha formado desde 1978 a cientos de ingenieros en esta provincia. La otra venía codificada en su ADN, bisnieto como es de un español aplatanado en los suelos del mejor plátano de Cuba

    Pedro Díaz junto al retrato de su abuela Gloria

    Era cuestión de tiempo para que la lista de anhelos creciera. “Tenía la idea, pero no había manera legal de concretarla. Hasta que comenzó el proceso de aprobación de micro, pequeñas y medianas empresas. Entonces dije ‘es ahora’. Y aquí estamos, intentándolo”, dice Pedro, todavía con susto.

    El “intento” se llama Gloriari Agroprocesados y es, probablemente, el único mercado agropecuario con paredes pintadas de blanco en Ciego de Ávila. “Convertimos el garaje de la casa en un pequeño mercado, para ofertar productos frescos, beneficiados y algunos procesados.

    “Al principio, las personas pasaban y se quedaban mirando. Suponían que era un lugar en el que se vendía en MLC. Ni llegaban. Luego, poco a poco, comenzaron a acercarse y hoy tenemos una clientela estable, que nos prefiere”

    Todo comenzó en un garaje, pero la intención es ir por más

    “¿Sabes lo que pasa? —interrumpe quedamente Yuliex Méndez Ramos, una de las titulares de Gloriari y esposa de Pedro—, de alguna manera nos acostumbramos a que la venta de productos del agro sea rústica, a que los lugares estén sucios. Nadie creía que esto era una ‘placita’. Y no tiene por qué ser así”

    Lo de la preferencia está comprobado. El día que llegamos hasta la sede de la pequeña empresa y preguntamos, muchos de quienes esperaban ser atendidos dijeron ser habituales. Si bien los precios son semejantes al resto de los mercados que operan en la ciudad cabecera (a veces por debajo), la presentación de los productos hace la diferencia. “La etiqueta no se come”, le han dicho más de una vez a Pedro.

    Él lo sabe, sin embargo, no renuncia a caminar en la dirección correcta. “Queremos ser la opción de las personas que salen tarde del trabajo y no tienen tiempo de escoger los frijoles, de pelar los ajos o de picar la ensalada. Creemos en que se puede sostener una oferta de alimentos frescos, ecológicos, de proximidad, y entregarlos en un formato amigable, sin suciedad. Esa es nuestra apuesta”.

    Improvisaciones no ha habido. Después de la idea, la propuesta y aprobación de la mipyme, lo primero fue contratar los servicios de la Cooperativa No Agropecuaria Palado, que tuvo a su cargo el diseño y confección del manual de identidad de Gloriari. No hay cabos sueltos.

    Desde la elección del color hasta la argumentación del nombre —que evidentemente hace honores a la abuela-inspiración—, todos los componentes de la marca comercial sombrilla, y el resto de marcas (Mibaos, para frutas y hortalizas; Servari, para conservas y deshidratados; y Ciernes, para cereales y legumbres) tributan a un proyecto que no quiere ser una “placita” más.

    Pero no ser una placita más requiere una imagen cuidada y moderna, sí, y también precisa de una base productiva fuerte detrás, para que el mercado no sea de reventa, sino de primera mano. Pedro lo sabe y se adelanta a afirmar que entre el 60 y 70 por ciento de los productos en el mostrador salen de su finca La Gloria. Plátanos, frijol, col, limón son el resultado de su otra “empresa”. “Primero cumplimos con las contrataciones de la Cooperativa de Crédito y Servicios Máximo Gómez y el excedente lo traemos a Gloriari. También contratamos excedentes de otros campesinos”.

    Está diseñado como un ciclo cerrado en el que los residuos del beneficio retornan a la finca para alimento animal. Pedro sabe de agroecología y está aprendiendo a dominar la economía circular. Todos los semestres de Cálculo y Álgebra de sus años universitarios volverán a validarse cuando se termine el período de exención de impuestos. Por eso él todavía habla en términos de intento.

    Al igual que otros nuevos actores de la economía cubana, le preocupa que las tasas impositivas por concepto de ingresos totales, impuesto sobre la venta minorista y los ingresos personales hagan irrentable su emprendimiento. “La agricultura tiene costos elevados de producción. Lo mismo si empleas todos los recursos que lleva, que si te basas en lo agroecológico, porque hay que sembrar más para tener iguales cosechas. El impuesto del 10 por ciento sobre la venta minorista desestimula a proyectos como este”.

    Hasta ahora, confiesa, le va bien. Las ventas se mantienen estables y hay días en que se agotan muy rápido los productos. De hecho, sus precios son tan competitivos que descubrió a un par de revendedores haciendo “zafra” unas cuadras más adelante. “Enseguida di indicaciones de no permitir el acaparamiento”.

    A finales de año, cuando Gloriari apenas esté cumpliendo 10 meses de su aprobación y seis de operaciones, los titulares (al que se suma Pedro Díaz Rodríguez, el padre) harán un ejercicio contable para saber si el sueño puede sostenerse en el tiempo. Hay 11 trabajadores que dependen de la exactitud de esas cuentas.

    Algo me dice que, como Gloria —esa señora sonriente que recibe a todos en el pequeño garaje-placita desde una pintura en la pared—, sus herederos no escogerán el camino más fácil y persistirán en el empeño. La sangre y la tierra llaman.

    Otras tres marcas comerciales están amparadas por Gloriari, cuyo eslogan es Estancias del alma.

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